Friends of S.M.A.K. Prize 2020-21

Texto de sala escrito a cuatro manos por Pedro Marrero Fuenmayor junto a Mónica Echegarreta para Angyvir Padilla en el marco del Premio Friends of S.M.A.K 2021

Angyvir Padilla (Caracas, 1987) vive y trabaja en Bruselas. En su búsqueda, construye espacios en los que se tuerce la percepción de la realidad y que se encuentran amalgamados a una transformación desde lo dialógico, es decir, desde esa otredad que se involucra, transfigura y desenmascara la dermis de las piezas.

1. Un damero de baldosas de cera mal puestas sobre arena enrarecen el suelo y convierten el tránsito en un compromiso culposo. Las garantías y usos de la civilización que conocemos son así violentamente trastocados por tan sutil operación material. El señuelo que insta a cruzar esta trama precaria es la pantalla de un televisor al otro lado de las baldosas. El elixir debe estar dentro de la pantalla. Alguna vez aprendimos que siempre es así. En esta, retumban silentes dos voces conversando sobre fantasmas en un intercambio de subtítulos que resuenan solo en la cabeza de los demás. Angyvir no teme a los fantasmas; les extraña. Especialmente a aquellos que no saben atravesar el océano, pero cuyo ulular se escucha fuerte y claramente al otro lado. No le interesan los fantasmas grandilocuentes, sino los discretos, tímidos, inseguros de sí mismos. Fantasmas que se quieren ir del país y no pueden. La nostalgia de Angyvir es especialmente doméstica, como si la única casa que conociera fuera la(s) del pasado, como si quién sabe hace cuanto, viviera en la intemperie, en la indigencia, en la orfandad.

2. Angy explora un territorio que descubre con el cuerpo y del cual se apropia. Ella gatea hacia el origen, un espacio que resulta recóndito, inabarcable, deshabitado, pero que empieza a revestir con las manos y mediante el único material con el que puede interactuar: bloques de arcilla. Así, el lugar que parecía saturado de ausencias empieza a cobrar vida, gracias al diálogo entre su cuerpo y el elemento, haciendo florecer aquellos objetos que supuestamente constituyen una idea de hogar. El rigor de la arcilla cobra mil posibilidades en su contacto con el calor que emana de la piel, con sus pisadas que van revelando su transitoria forma. De esta manera, tales objetos derivan de sí misma y están vivos en su transitoriedad. Mutan en su forma y función hasta que, finalmente, se agotan para retornar al origen que es Angy, su cuerpo, su esencia.

3. Aquí la rayuela se llama el avioncito. Que yo recuerde, en Caracas no se jugaba la variante mística o vertical del juego, que tiene como meta al cielo. Afortunadamente, a muchos nos pasó Rayuela, de Julio Cortázar, y adoptamos, tanto la palabra para designar al juego, como la visión poética y cosmogónica que supone esa búsqueda de un cielo siempre evasivo, aunque todo el mundo sepa hacia donde apuntar para señalarlo. Tandil, Argentina, fue el sitio donde apareció la famosa piedra suspendida en una oscilación precaria y fascinante, hoy reemplazada por una réplica. Esa roca de 300 toneladas, se constituyó en una instalación natural sin autor gracias a un “acto divino”. La roca original descendió en dos movimientos desde el derrumbe que la dejó en aquel tambaleante equilibro hasta su colapso y quiebre, y su historia se puede interpretar -como un sueño- como si la roca hiciera de puente entre el cielo (dioses) y la tierra (gentes), gracias al que ambas naturalezas (humana y divina) se reconocen en su instinto del juego. Angy, en su performance, concibe un insólito ambiente en el que se levantan del suelo trazos que pertenecen al plano horizontal. Ella se adentra en cada uno de estos avioncitos, dejándose llevar por el inevitable desplazamiento que establece el juego, saltando de un lado a otro, extraviándose en su psiquis, articulándose con su propio extrañamiento. De este modo, ocurre una ruptura con respecto a la linealidad del recorrido; ella va de allá, para acá y de otros lados.